Suena el
despertador. Pasan uno, dos, tres interminables segundos y por fin extiendo con
esfuerzo mi brazo derecho hasta encontrar ese odioso elemento, antes de caer
nuevamente en un profundo microsueño encima de mi tibia almohada blanca de
plumas. Diez minutos, y nuevamente suena ese adminículo, que me gustaría
lanzarlo al vacío desde mi ventana, por
la que entran miles de amarillos rayos de sol que golpean ferozmente mi cara y nublan
hasta la visión de mis sueños. No puedo lanzarlo, no puedo lanzarlo porque
significaría que ese imprescindible capataz de la responsabilidad matutina
ganaría y yo, un mortal que sólo quiere dormir, perdería de la peor forma que
un humano haya perdido en la historia del hombre sobre la tierra. Han pasado
diez segundos desde que volvió a sonar. Levanto mi ceja para intentar
vislumbrar entre nubosas figuras la bendita hora. Efectivamente, diez minutos y
diez segundos después de mi primer encuentro con este despreciable ser. Tengo
que encontrar una razón, una justificación que me invite a olvidar por unos
segundos, o unas horas, que mi existencia puede disfrutar nuevamente de la
inconsciencia momentánea de un sueño post dormida. Estoy tan aturdido, que lo
único que puedo pensar es en ese hombre malévolo que introdujo en nuestros
hogares a tan ruin y despiadado objeto, que no entiende razones y nos obliga,
como si tuviese un arma apuntándonos directamente entre nuestros ojos, a cumplir
nuestros deberes. No encuentro razones y este sonido está taladrando mi mente y
revienta mis sentidos. Tengo que levantarme. Finalmente, con un esfuerzo por
encima de cualquier esfuerzo realizado por el hombre, levanto mi espalda
dejando desforzada mi cabeza que se menea lado a lado, apoyado solamente por
mis brazos. Otro esfuerzo más y logro sentarme suavemente sobre mi cama; la
siento aún tibia, como si me reclamara más atención, o me requiriese una razón
válida para dejarla sola el resto del día. Sin importarme siquiera sus
sentimientos, la ignoro y por fin apago ese desesperante sonido que me ha
sacado de mi éxtasis. Miro con incredulidad por mi ventana cómo la noche que
dejé hace unas horas se ha desvanecido y ha dado paso a un resplandeciente sol.
Todo parece tan silencioso, tan callado, tan solo. Pienso. Entiendo que es
domingo y olvidé apagar el despertador. Después de toda esta maratónica
jornada, ¿quién vuelve a dormirse?
Saludos,
Vlgordo
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