jueves, 19 de abril de 2012

Un dulce despertar


Suena el despertador. Pasan uno, dos, tres interminables segundos y por fin extiendo con esfuerzo mi brazo derecho hasta encontrar ese odioso elemento, antes de caer nuevamente en un profundo microsueño encima de mi tibia almohada blanca de plumas. Diez minutos, y nuevamente suena ese adminículo, que me gustaría lanzarlo al vacío desde mi  ventana, por la que entran miles de amarillos rayos de sol que golpean ferozmente mi cara y nublan hasta la visión de mis sueños. No puedo lanzarlo, no puedo lanzarlo porque significaría que ese imprescindible capataz de la responsabilidad matutina ganaría y yo, un mortal que sólo quiere dormir, perdería de la peor forma que un humano haya perdido en la historia del hombre sobre la tierra. Han pasado diez segundos desde que volvió a sonar. Levanto mi ceja para intentar vislumbrar entre nubosas figuras la bendita hora. Efectivamente, diez minutos y diez segundos después de mi primer encuentro con este despreciable ser. Tengo que encontrar una razón, una justificación que me invite a olvidar por unos segundos, o unas horas, que mi existencia puede disfrutar nuevamente de la inconsciencia momentánea de un sueño post dormida. Estoy tan aturdido, que lo único que puedo pensar es en ese hombre malévolo que introdujo en nuestros hogares a tan ruin y despiadado objeto, que no entiende razones y nos obliga, como si tuviese un arma apuntándonos directamente entre nuestros ojos, a cumplir nuestros deberes. No encuentro razones y este sonido está taladrando mi mente y revienta mis sentidos. Tengo que levantarme. Finalmente, con un esfuerzo por encima de cualquier esfuerzo realizado por el hombre, levanto mi espalda dejando desforzada mi cabeza que se menea lado a lado, apoyado solamente por mis brazos. Otro esfuerzo más y logro sentarme suavemente sobre mi cama; la siento aún tibia, como si me reclamara más atención, o me requiriese una razón válida para dejarla sola el resto del día. Sin importarme siquiera sus sentimientos, la ignoro y por fin apago ese desesperante sonido que me ha sacado de mi éxtasis. Miro con incredulidad por mi ventana cómo la noche que dejé hace unas horas se ha desvanecido y ha dado paso a un resplandeciente sol. Todo parece tan silencioso, tan callado, tan solo. Pienso. Entiendo que es domingo y olvidé apagar el despertador. Después de toda esta maratónica jornada, ¿quién vuelve a dormirse?

Saludos,

Vlgordo

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