jueves, 19 de abril de 2012

Mi suculento desayuno


Con algo de hambre, no mucha verdad, me acerco a la máquina que expende esas pequeñas dosis de pecado por algunas monedas. Miro, analizo, consulto su valor. Finalmente, en un arrojo de tenacidad casi indescriptible, olvido la recomendación de mi dietista y opto por un manjar rectangular, hecho con la harina más fortificada que conozco, pero éste, sin la cubierta de chocolate que hace famosa a esta marca. Lentamente, delicadamente, como tratando de posponer el final, abro el paquete que contiene esta delicia gastronómica fabricada en una perfecta sincronía de elementos. Encuentro ese papelito, ese odioso papel que me priva de un valioso pedazo de esta exquisita manducatoria comprada a una fría máquina un lunes en la mañana. No desespero. Con cuidado, lanzando improperios mentales al genio inventor de esta incansable vianda por incluir el adminículo vicioso que me genera esta horrible pesadilla, tiro del lado más visible. Veo impávido cómo parte de mi suculento desayuno se desprende sin temor de sus hermanos (y hermanas) y por más intentos de cuidar la integridad de este postre, lentamente ese odioso intruso me despoja de unos cuantos miligramos de mi cuidadosa compra. A medida que lo hago, también pienso en que si ejecuto cuidadosos pero rápidos movimientos, tal vez, y sólo tal vez, podría aprovecharme de una mayor cantidad de migajas que de otra forma tendría que desechar en el frío silencio de un cubo de basura. Sin temor, y ya casi con desprecio, termino de retirar este fastidioso elemento y lo logro con una habilidad pasmosa, alcanzada después de muchos años de práctica. Entiendo ahora por qué no volví a comprar Gala y me inclino más por el Chocoramo.

Saludos,

Vlogordo

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