Es una
operación complicada, silenciosa, salvajemente satisfactoria. Puedo pensar en
tantas cosas que he pospuesto, pensar en cómo pensar, pensar y pensar, nada de
escribir, tal vez, leer y pensar. ¿Esfuerzo? Alguno, afortunadamente, pero un
esfuerzo gratificante, un esfuerzo casi liberador. Esta indeleble soledad que
se manifiesta en pequeñas expresiones de júbilo en mi estómago pletórico, es
una cita, diaria por demás, infaltable e intransferible, es la más democrática
de nuestras acciones y por qué no, la más comunista de nuestras expresiones.
Pasa el tiempo, y sigo pensando, leyendo y no escribiendo. Este altar no puede
ser profanado con mundanos despistadores del tiempo, no puede contaminarse con distractores
más allá de pequeñas lecturas superficiales, cándidas en el decir de algunos,
que nos permita concentrarnos en la sublime acción que nos ocupa, que no exige,
que nos obliga, que nos insiste desde lo profundo de nuestro ser y comanda
tenazmente nuestros sentidos y cada músculo de nuestro cuerpo para lograr su
mundano y fugaz cometido. En unos minutos, algunas veces más de los que
quisiéramos, dejamos el llamado por muchos como “El Trono”; yo prefiero
llamarlo, mi centro privado de pensamiento.
Saludos,
Vlogordo
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