Y entonces llega la noche, no te oigo, ¿a dónde fuiste? ¿Por qué te fuiste? Miro para el cielo y trato de ver tu figura en una nube y la veo en todas. Sé que estás ahí, sé que me acompañas, sé que me cuidas, pero ¿por qué no puedo hablarte una última vez? ¿Por qué no puedo oír tu voz, aunque sea un segundo, por última vez? ¿Por qué no puedo oír esa última nota sostenida, tan alta como las estrellas? Pero, un momento, sí la oigo, oigo todo de ti, tu sonrisa, tu música, tu ser, lo oigo aquí, muy adentro de mi corazón, aquí donde no se necesitan oídos, donde sólo la piel, el alma, el recuerdo, sienten tu calidez, tu fuerza, tu empeño, tu amor. Gracias por traerme al mundo, y por enseñarme a ser una gran persona. Gracias por escoger a esa mujer tan maravillosa para que fuera mi madre. Gracias por darme esa compañía única de cuatro maravillosos hermanos. Gracias por darme tu piel, tus sentidos, tu decencia, tu honradez, tu música, tu risa. ¡Gracias!
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