El fútbol siempre ha sido mi pasión. Desde que entré por primera vez a un estadio de fútbol cuando tenía, calculo, unos 4 años, la magia de presenciar a 22 hombres detrás de un balón me ha seducido y el éxtasis al que se llega cuando el equipo de uno marca un gol es indescriptible.
Recuerdo llegar a un partido en Manizales en el viejo estadio Fernando Londoño Londoño, a la tribuna de sombra, al lado de preferencia, con mi papá. Me compró un vasito de helado de fresa de La Fuente, que regué completamente al señor que tuvo la mala fortuna de sentarse justo en el camino del helado. Todo el contenido del vasito fue a dar a su ruana. ¿Quién va de ruana a un partido de fútbol? Y ni siquiera tenía los colores del Cristal Caldas de la época.
No me acuerdo cuánto quedó ese partido, pero sí me acuerdo que por lo menos, hubo un gol. De un momento a otro, mi papá y todos los que estaban a su lado saltaron al unísono, como si alguien les hubiera pellizcado algo, y gritaron como locos. Yo no entendí qué pasó, pero también me paré. No veía nada, porque todos me tapaban la cancha; yo quería saber qué estaba pasando allá y por qué todos estaban tan felices.
En unos segundos todo se volvió a calmar y siguió el juego. Ese fue el primer gol que me perdí en un estadio, porque entendí que no había repetición por dos razones poderosas: En vivo no se repiten las jugadas y en el viejo estadio de Manizales no había pantalla.
También recuerdo a mi papá gritándole a los árbitros, a los jugadores de ambos equipos y a mí por haberle ensuciado la ruana al señor de al frente. Desde ese momento entendí cómo funcionaban las cosas en fútbol: i. Los árbitros son el enemigo mayor, más incluso que el equipo contrario; ii. los jugadores del equipo de uno juegan más si se les grita insistentemente y iii. no comprar helado en fútbol, mejor se compra después.
De ahí en adelante comenzó mi afición por todo lo que se llamara Cristal Caldas. Después, Varta Caldas, Cristal Caldas otra vez, Once Phillips, Once Phillips Colombiana y finalmente, lo que todos queríamos, Once Caldas definitivamente.
Mi papá no volvió a fútbol y luego lo entendería: no quería tentar a su salud por culpa del sufrimiento que genera la pasión del fútbol.
Es curioso cómo se sufre con el fútbol. Todos los que me conocen me dicen que soy una persona completamente distinta en fútbol: me vuelvo agresivo, grosero, intratable, hasta peligroso, incluso me tildan de loco.
Pero después de mucho análisis, he entendido que lo que me pasa cada domingo es algo similar a un parto inverso. Porque hacer fuerza por algo que no quiere entrar es normal cada domingo, para cualquier hincha de cualquier equipo.
Por eso, quiero decirles a todos los que son hinchas de cualquier equipo, que los considero los parientes. No porque sienta alguna afinidad y no quiera desearles una diarrea irritable del colon cuando juegan contra el Once, sino porque compartimos ese feliz sentimiento de encontrarnos cada domingo con un parto, y según la etimología de la palabra pariente, literalmente significa quien está pariendo (del latín parentis 'padre y madre', participio activo del verbo parere 'parir', de acuerdo con Ricardo Soca y su “palabra del día” en http://www.elcastellano.org).
Ya lejos de mi terruño no he vuelto a fútbol, porque el sentimiento que genera ver al equipo salir a la cancha, gritarle al árbitro hasta que quedar disfónico, cantar un gol como si hubiésemos ganado la libertadores (que ya lo hicimos), empezar a corear la contadita desde uno hasta once, eso no se puede vivir en un estadio ajeno, eso no lo entienden. Esta pasión la siento sólo con mi Once y a veces, con la Selección Colombia.
Así que para todos los parientes gracias por hacer de este deporte tan lindo y emocionante, pero también tomémoslo con calma, que finalmente es un juego y fuera del estadio todos somos lo mismo.
Un abrazo.
@Vlgordo