Resulta que a principios de siglo XX, en Montevideo existía un señor llamado Prudencio Miguel Reyes, según Ricardo Soca lo ha escrito en una de mis páginas favoritas, www.ElCastellano.org
Este señor se encargaba de inflar los balones, pero no como lo conocemos hoy en día. Los inflaba a punta de pulmón. Por eso le decían "el hincha", es decir, el que hinchaba o inflaba los balones.
Dice la leyenda que este señor se valía de sus grandes dotes inflatorias y pulmonares para gritar durante los partidos, a lo que los asistentes decían: "mirá cómo grita 'el hincha'".
Así, se popularizó el nombre de hincha, primero, identificando a los seguidores del Nacional de Montevideo, por el que gritaba don Prudencio, después a los de Uruguay, y así hasta identificar a todos los idiotas que nos sentamos o en un estadio o frente a un televisor o detrás de un radio para sufrir como nadie por 11 personas que ni nos conocen.
Además, porque la palabra pasión viene del griego pathos que también significa sufrimiento. Ninguna palabra podría describir tan fielmente a un hincha apasionado que llega al estadio, grita hasta el cansancio y la mudez, sufre, llora y ríe, y finalmente se va para su casa a dormir a seguir su vida como siempre lo ha hecho.
Preguntarán, ¿para qué tomarse la molestia de ser hincha? y es precisamente por eso: Porque cuando pierde queremos cambiar por un momento de cuerpo y no sufrir esas derrotas, pero ¡cuando gana! la sensación perdura más allá de la existencia.
¡Siempre seguiré siendo hincha! no por todo lo que me hace sufrir, sino por esas lindas tardes o noches en las que nos hace soñar y creer que somos importantes, aunque sea por noventa minutos.
¡Qué Viva el Once Caldas, mi equipo del alma, carajo!
Saludos,
Vlogordo