Había una vez un mundo que vivía en paz. Todos en este mundo se respetaban entre ellos. Pero este mundo tenía una particularidad: estaba formado por tribus en las que todos sus integrantes pensaban igual. Así, nadie criticaba el pensamiento de nadie y nadie quería imponerle su pensamiento a nadie. Había total paz. Hasta que alguien de una tribu quiso ver otros lugares y se alejó de sus compañeros para recorrer el mundo, para ver otros sitios, para ver otros pensamientos.
Llegó a otra tribu, que también vivía en completa paz, pero tenían otras ideologías, con algunos postulados iguales y otros un poco distintos a los del visitante foráneo. El extranjero empezó a hablar con ellos y empezó a contarles de las ideologías de su tribu. A algunos no les importó que tuvieran pensamientos distintos; a otros no les gustó que tuvieran esos pensamientos sobre cosas sagradas de su propia tribu; a otros incluso les gustó ese pensamiento distinto.
El extranjero siguió su viaje, encontrando algunas tribus con las que compartía cosas y llegando a otras que eran tan distintas, que estuvo poco tiempo visitándolas.
Después de mucho tiempo, llegó otra vez a su tribu, pero era una tribu distinta a la que había dejado. Se enteró que su viaje sirvió de inspiración para otros para ver nuevos paisajes, para saborear nuevos pensamientos. Incluso personas de su propia tribu ahora parecía que pertenecían a tribus de las que había visitado; otros ya no estaban y no volverían; había otros que ya no compartían los pensamientos de la misma tribu, pero se quedaban porque disfrutaban del paisaje y de compartir con sus compañeros, así pensaran diferente. Pero otros que no se habían ido o unos que ya habían regresado, querían imponer la ideología que habían aprendido de afuera y que pensaban que era la única. Y no querían que otros no la siguieran. Entonces empezaron a ridiculizar y a tratar mal a los que no pensaban como ellos.
El viajero trató de hablar con ellos, pero eran tercos y no querían que les dijeran qué hacer, aunque eso era lo que ellos hacían con los demás compañeros de su tribu. Esto no sólo pasó en esta tribu, en todas empezaban a formarse grupos distintos: los que creían en su ideología, los que apoyaban otra, los que querían imponer su pensamiento, los que pensaban distinto pero querían oír lo que otros pensaban, los que no creían en ninguna.
El problema empezó cuando una minoría quiso imponer su pensamiento por la fuerza. Ese pensamiento se propagó por las otras tribus y la paz que antes reinaba desapareció, por las acciones de esa minoría.
El primer viajero intentó calmar la situación: se reunió con líderes de todas las tribus, para alcanzar soluciones.
Algunos propusieron que se hicieran nuevas tribus, todas fundadas sobre una ideología particular, y las personas que siguieran esa ideología, se movilizaran hacia esa nueva tribu. No funcionó, la logística de la movilización era imposible. Otros propusieron que a cada violento que quisiera imponer por la fuerza su pensamiento, se le enviara a una isla desierta, alejada de todos. No funcionó, porque cada vez era más difícil identificar a los violentos antes de que sus acciones terminaran en tragedia. El primer viajero propuso la idea más innovadora: que sin importar cuál fuera la ideología, que cada persona respetara la opinión de los otros, sin importar de qué tribu o ideología pertenecieran y que cada persona cumpliera con la ley que dictara cada tribu. Las personas lo entendieron, las personas lo aplicaron, y otra vez llegó la vieja paz que se había ausentado de este mundo…