martes, 22 de febrero de 2011

La Pasión Según tu Equipo de Fútbol

Nada hay que más me apasione que ver un estadio de fútbol lleno de hinchas. Pero pocas veces se ocupa uno de esa palabrita.

Resulta que a principios de siglo XX, en Montevideo existía un señor llamado Prudencio Miguel Reyes, según Ricardo Soca lo ha escrito en una de mis páginas favoritas, www.ElCastellano.org

Este señor se encargaba de inflar los balones, pero no como lo conocemos hoy en día. Los inflaba a punta de pulmón. Por eso le decían "el hincha", es decir, el que hinchaba o inflaba los balones.

Dice la leyenda que este señor se valía de sus grandes dotes inflatorias y pulmonares para gritar durante los partidos, a lo que los asistentes decían: "mirá cómo grita 'el hincha'".

Así, se popularizó el nombre de hincha, primero, identificando a los seguidores del Nacional de Montevideo, por el que gritaba don Prudencio, después a los de Uruguay, y así hasta identificar a todos los idiotas que nos sentamos o en un estadio o frente a un televisor o detrás de un radio para sufrir como nadie por 11 personas que ni nos conocen.

Además, porque la palabra pasión viene del griego pathos que también significa sufrimiento. Ninguna palabra podría describir tan fielmente a un hincha apasionado que llega al estadio, grita hasta el cansancio y la mudez, sufre, llora y ríe, y finalmente se va para su casa a dormir a seguir su vida como siempre lo ha hecho.

Preguntarán, ¿para qué tomarse la molestia de ser hincha? y es precisamente por eso: Porque cuando pierde queremos cambiar por un momento de cuerpo y no sufrir esas derrotas, pero ¡cuando gana! la sensación perdura más allá de la existencia.

¡Siempre seguiré siendo hincha! no por todo lo que me hace sufrir, sino por esas lindas tardes o noches en las que nos hace soñar y creer que somos importantes, aunque sea por noventa minutos.

¡Qué Viva el Once Caldas, mi equipo del alma, carajo!

Saludos,

Vlogordo

jueves, 17 de febrero de 2011

¿Machismo?

Toda la vida he pensado, y creo que con justas pruebas y sobradas razones, que este mundo no es machista sino fuertemente feminista y al extremo.

Son cosas simples las que me han llevado a esa conclusión, la mayor de todas, es que en los puestos altos de las grandes empresas siempre hay hombres. Y es por una razón muy clara: tienen una vieja que no hace nada todo el día, sino gastarse su sueldo en frivolidades.

¡Qué mente más aguda, qué estrategia más pertinaz la de las mujeres para que hagamos todo lo que quieran!

Además de trabajar para ellas, nosotros vamos con todas las responsabilidades, claro, por tener esos puestos altos.

Pero hay más.

Algo no tan obvio pero que me genera mucha curiosidad, son las sombrillas, paraguas o como quieran llamarlas. Están hechas única y exclusivamente para que uno no se moje el pelo. Se moja todo lo demás, pero no el pelo. Eso sólo se le hubiera ocurrido a una mujer, para que no se le dañe el peinado. Pero a un hombre, lo que queremos es estar secos, y no se nos mojen los zapatos, porque qué mamera que se mojen los zapatos.

Ahora, siempre hay que abrirles la puerta, cederles el asiento, mantenerlas contentas, etcétera, etcétera. Si todos somos iguales, ¡ábranse la puerta!

Finalmente, cederemos ante todas esas manipulaciones, porque somos hombres y queremos tenerlas siempre felices, contentas, sequitas y que su peinado esté impecable. Ahí es donde no somos iguales, ellas, con una mente y una capacidad de manipulación exageradas; y nosotros, siempre todos unos idiotas ante una mirada, una caricia, un susurro, y cualquier otro mecanismo para siempre terminar haciendo lo que quieren.

Por eso, ¿machismo?, ese cuento seguimos creyéndolo gracias a nuestras mujeres manipuladoras.

Saludos,

Vlogordo